#Experiencias — Un anochecer con Ricardo Santos [in memoriam]

Lo más probable es que Ricardo Santos no lleve la cuenta de la cantidad de kilómetros recorridos ni las horas hombre dedicadas a charlar sobre sus vinos y las anécdotas que circundan la historia de vinicultura moderna argentina, de la que es uno de los pilares. Con el espíritu afable de los trovadores que van de pueblo en pueblo, el andar fatigoso y el talante despierto tanto para la respuesta técnica o la ironía, este verdadero hacedor de vinos nos dio una clase magistral, ante un grupo cerrado de entusiastas que llegamos al vino desde diferentes vertientes.

“Bueno, a tomar”, incitó Ricardo, y servimos el Semillón 2014, ya casi una rareza, no sólo por tratarse de una cepa recién en pleno resurgimiento en nuestro país, sino además porque casi no quedan botellas de esta cosecha. Santos se remontó a (sólo) 25 años atrás, cuando en la Argentina todavía reinaba el vino blanco. “Y el blanco era Semillón, un vino con peso”. Como bien aclara la etiqueta, las uvas no salen de su finca en la zona de Russell, Maipú, sino que las selecciona y compra de las parcelas de su amigo Roberto Azaretto. Un vino tan contundente como delicioso, cargado del poder de la miel, y que encadena una segunda copa. “No hace falta que digan nada, si se vuelven a servir es que el vino les gusta”, es la máxima, y en botellas no queda ni una gota.

Pasamos al Trampa, un rosado con trucos. Se trata en realidad de una solución ruborizada de Semillón con Malbec tratado con la fermentación del rosado. Se le impone como resultado un color más bien ocre-salmonado, con dominancia del componente blanco, pero con claros toques frutales del Malbec, que lo hacen ideal para transiciones. Detrás de la historia del nombre se enconden sus historias de cómo hacer marketing a pelo, con estilo directo, y su particular vínculo con Paraguay, uno de sus mercados preferidos, junto con Estados Unidos. Bien atento, lo escuchaba Pablo Naumann, flamante director de marketing de Catena Zapata, y socio de WineID.

El primer tinto sobre la mesa fue el Tercos Bonarda, la línea joven con la que despegan sus hijos Patricio y Pedro (completan con Malbec, Cabernet Sauvignon, Sangiovese y Torrontés). Fue el disparador para que Ricardo contara acerca de sus primeros pasos en Norton, de la que fue hijo de su fundador y posterior propietario. De cómo la Bonarda era la uva madre por varias décadas, a menudo confundida con otra cepa italiana como la Barbera. “Y la Malbec era apenas un relleno”. El hombre transmitía el orgullo por la pasión que atraviesa las generaciones Santos, y la conversación viró hacia el culto a la regional. “El vino es como la comida, tiene que hablar del lugar. A alguien de Burdeos, un vino de la Borgoña le parece asqueroso, sólo porque defiende a su lugar. Díganle a un italiano de determinada región que en la salsa pomodoro cambie el ajo por la cebolla: ¡se indigna!”. En un rincón, Tomás Kalika, el cocinero de Mishiguene, recién llegado de Nueva York, asentía, concentrado. Y fue la introducción para su obra maestra.

Salió a la cancha El Malbec de Ricardo Santos. Mientras tomábamos, con el placer y la naturalidad con la que corre ese vino, tan puro, el hombre contó su conexión indeleble con la uva, cuando en 1972 se convirtió con Norton en el primer exportador de un vino a Estados Unidos con la frase Malbec en la etiqueta. “Lo que tuve que luchar para que le sacaran la letra k final, porque muchos lo llamaban Malbeck…”. Evita decirlo, pero la industria se lo retribuyó casi 30 años más tarde, al permitirle usar el nombre de la cepa en su marca y su etiqueta, una particularidad como homenaje.

“Me acuerdo cuando un productor italiano probó un Malbec argentino. Sólo lo olió y dijo: ‘Francese. Que se preocupen ellos’. Es muy difícil mantener el estilo para hacer el mismo Malbec año tras año. Tanto es así que en 2004 no lo elaboramos, porque el clima caluroso lo impidió. Cuando la gente prueba por primera vez un Malbec, no lo rechaza. Sus características son especiales para quienes no tienen un paladar regionalizado o complejo. La oportunidad que tiene Argentina con esta variedad es ilimitada si la sabemos llevar adelante”, decía, y a su lado lo escuchaba encantado Gustavo Castellini, quien asistió a la degustación junto con su hijo Iván, así como recorren el país e incluso Chile para adentrarse cada vez más como consumidores calificados.

Ya para esa altura el ambiente estaba descontracturado, exultante. Y por si fuera poco surgió nada menos que El Gran Malbec de Ricardo Santos, el vino que Mariano Merbaum, importador oficial en el país de las cavas Winefroz, resaltaba a cada rato como su preferido. “Este vino es de mis hijos, ellos me insistieron tanto con los 24 meses en barrica, que no iba con mi estilo. Pero parece que gusta bastante. A ustedes les gusta, ¿no?”, arengó el bodeguero, y recibió un estruendo de felicidad, por un vino de puro músculo y expresión, para dejarlo vivir toda una noche, y acaso rematar la siguiente.

Fue la hora de la despedida, charlas animadas y desperdigadas, hasta momentos de intimidad del ingeniero Hernán Patrich Cohen, gerente de Operaciones de Quantum, a quien Santos le desempolvó recuerdos de sus propios abuelos. La invitación a una próxima charla quedó abierta. Cuando volvamos a descorchar sus vinos, seguro nos acordaremos de este gran rato.

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