La bodega O Fournier puede darse el lujo de decir que está en sintonía con el tiempo y el espacio. Emprendimiento del español José Manuel Ortega Fournier, fue uno de los puntales en el año 2000 del posterior crecimiento vertiginoso de Valle de Uno, con una apuesta a los vinos de primera calidad y la construcción de una bodega con arquitectura de vanguardia. Con la línea de O Fournier, A Crux y B Crux con el prestigio bien ganado, cuando en la Argentina empezamos a conocer cada vez más vinos importados, O Fournier se consolida veinte años más tarde como un proyecto multirregional, con viñedos propios en Ribera del Duero (España, desde 2002) y Maule-San Antonio (Chile, desde 2007). Son en total 386 hectáreas, de las cuales 236 tienen viñedos de hasta 72 años de antigüedad.
Como pivote de todo ese movimiento, está el enólogo José Spisso, de amplia trayectoria en el mercado, y de trabajo previo en Bodegas Alta Vista. Con él conversamos sobre el diálogo entre el Nuevo y el Viejo Mundo del vino, además de su visión sobre el estilo y las nuevas tendencias.
– ¿Cómo podrías definir esta cruza en la que están trabajando desde hace algún tiempo?
– Para resumirlo de algún modo, hacemos vinos del estilo Viejo Mundo en Sudamérica, y con la impronta del Nuevo Mundo en España. Me involucré en el proyecto de O Fournier desde cero, cuando recorrimos con José Manuel y los ingenieros los posibles terrenos para producir la uva y construir la bodega. Desde el primer momento la idea fue hacer una línea de vinos que se pudiera reconocer y sostener en el tiempo, sin cambiar el estilo, pero dándole lugar a que hable cada cosecha. Nuestros vinos nunca serán la moda de un verano, pero jamás te van a defraudar. Desde esas premisas que buscamos sobre todo en nuestros Malbec, el proyecto de producir en España fue todo un desafío: replicar el estilo y calidad en sus Tempranillo. Desde 2007 hacemos lo mismo en Chile, con el Carmenere. Es así entonces que el vino insignia de nuestra bodega se llama igual en los tres países, pero homenajea a la uva característica de esa región.
– ¿Cuán preparado ves al consumidor en estos tres países para seguir descubriendo, disfrutando, diferenciando…?
– Queda claro el tomador de vino sabe muchísimo más que antes, más allá de que en España existe una cultura mucho más arraigada en el tiempo. Se conoce de marcas, enólogos, lugares, estilos… En nuestro país es muy palpable el boom que se va en ferias y degustaciones, e incluso con las tendencias de consumo en los estratos medios y altos. Es muy claro como hasta 2010 gustaban los vinos más maduros y ahora va más hacia la fruta y la acidez. Nada dice que no vuelva a cambiar en el futuro, por eso nosotros tenemos el foco en el equilibrio, siempre con la madera como aliada. Después, nos toca afrontar problemas puntuales de cada lugar, porque es un momento complicado en ambos hemisferios, por cuestiones climáticas o económicas. En la Argentina, por caso, hemos tenido algunas cosechas magra, o en Chile el problema reciente con los incendios. Eso determina variaciones de volúmenes y valores.
– En España producen en Ribera del Duero, una de las zonas más características. ¿Imaginás el futuro que ansían muchos en la industria, de identificar también a las regiones de nuestro país?
– Estoy de acuerdo con la determinación específica de las IG (Indicación Geográfica), pero no me gustaría que cayéramos en la trampa de las Denominaciones de Origen. En muchos casos son demasiado limitantes, porque obligan a determinada cantidad de crianza en madera, por ejemplo, entre otras variables. Si replicamos ese modelo, no creo que vayamos a vender más por ese aspecto. Sí privilegiaría un compromiso permanente con la calidad, y en ese sentido confío en que vamos por el buen camino.